Estoy tan perdido como tú.

     Dos hombres le llevaban por el estrecho pasillo iluminado tan solo por unas luces amarillentas. Le sujetaban con firmeza por mucho que se debatiera. Finalmente llegaron a la sala donde le interrogaría.
     El policía, un hombre de unos cincuenta años, le esperaba con los pies sobre la mesa, tan cómodo como en su propia casa. Los otros dos hombres le sentaron en la única silla vacante y le ataron a ella para asegurarse de que no intentara agredir al jefe.
-Quién eres.- Espetó.
-Mis enemigos me llaman Caronte. - dijo mientras le miraba desafiante.
     El policía bajo los pies de la mesa y junto las manos, a la vez que le decía con una mirada que no tenía tiempo para juegos.
-No tengo mucha paciencia, te lo advierto. Ahora dime quién eres.
-El que te llevará al inframundo. - se burló.
-Estas jugando con fuego, chaval.  Te lo preguntaré una vez más. Tu nombre.
     El interrogado disfrutaba haciéndose de rogar. Desde luego, si pensaba que le iba a soltar tan preciada información a la primera de cambio, la llevaba claro.
-Ya te lo he dicho, me llaman Caronte, y soy un viaje caro hacia el infierno.- contenía la risa entre dientes, desquiciar a la gente era su pasatiempo preferido -Asegúrate de tener con qué pagarme.
- Ya está, tú te lo has buscado. ¡Guardias! Llevaos a este desgraciado y aseguraos de que lo alimenten solo de pan y agua durante una semana- ordenó.

     Una vez de vuelta en la celda, Yago pensó en ella. Y en que tenía que salir de allí fuera como fuese. Tenía que ayudarla a encontrarse. Quizás la próxima vez le contaría todo a ese maldito hijo de puta que le mantenía preso, pensó, pero sólo para que le dejase salir de allí.
-Hay pequeña- se lamentó para si - yo estoy tan perdido como tú.

Despierta, por favor, despierta.

     Cada día te siento más lejos, Phoebe... Ya no recuerdo tu olor, ni tu forma de reírte. El mundo se oscurece un poco mas cada segundo que pasa... Tu rostro se desvanece de mi memoria, los momentos que hemos vivido también. No logro recordar cómo te conocí...

     Hoy la oscuridad es total y absoluta. Mi cabeza da vueltas intentando encontrarle algo con sentido, pero soy incapaz de ver nada. Negro, todo a mi alrededor está negro.

     ¿Qué está pasando? La oscuridad clarea poco a poco, increíble. ¿He muerto? Sí, debe de ser eso, ya veo la luz al final del túnel.
-Pi, pi, pi, pi, pi, pi
Que sonido más molesto, creí que la muerte era cómoda y apacible.
-Pi, pi, pi, pi
Voces lejanas gritan alteradas.
-Habitación 215, el paciente está despertando.
-Es increíble.
-¡Un milagro!
Siento presencias a mi alrededor, e intento abrir los ojos. Me pesan los párpados. Luz. Luz brillante. Demasiado brillante. Los cierro al instante. Algo se abalanza sobre mi provocándome un dolor inmenso en alguna parte del cuerpo. ¿Cuerpo? No, espera, yo no tengo cuerpo, yo estoy muerto. Lo sé, tengo que estarlo, he visto la luz. Intento volver a abrir los ojos, que no debería tener. Lo consigo, otra vez la misma luz. Paredes blancas. Vuelvo a cerrarlos mientras noto una repentina somnolencia.

     Oscuridad de nuevo, pero esta vez no es tan negra, no estoy tan perdido. Sé que hay alguien al otro lado.

Si no estás tú, no tengo nada.

Vivo en el día de hoy, pero no estoy aquí. Siento como si se me estuviesen acabando las pilas... Phoebe, si no estás tú, no tengo nada. Bueno, tener tengo mi vieja guitarra, pero nada por lo que merezca la pena seguir. Han pasado ya 37 días desde que te marchaste, 37 días sin saber nada de ti. No me quedan nada más que un puñado de recuerdos y un cuaderno lleno de letras sin acabar (todas hablan de ti, y ya no estas) Me apago poco a poco, sin ti el mundo es horrible...
Phoebe...
Phoebe...
Mi Phoebe...
¿Dónde estás? Vuelve...

Superviviente de catástrofes, calamidades y revoluciones.

-Lo he intentado todo- sollozó.
     Y era cierto, lo había intentando absolutamente todo. Había sobrevivido a Hiroshima, a la invasión musulmana, había visto el fin del Imperio Romano y del de Alejandro Magno. Le jugó malas pasadas a Napoleón e hizo chistes malos sobre Hitler en la Alemania nazi. Sobrevivió a la peste española, a la tuberculosis y a la ira de Chuck Norris después de meterle una paliza. Escapó del fusilamiento de la mano de Anastasia y se salvó del atentado de las Torres Gemelas. Sí, también había intentado el suicidio, pero le pudo el instinto. Se entrometió en los turbios asuntos de la mafia italiana y contrató a asesinos en serie. Ni por esas.
Porque ella era Esperanza, y la esperanza es lo último que se pierde. Por eso, chiquitina, mientras haya una sola persona que luche, tendrás que vivir.