Amy creía en Azazel.

Azazel olía a pólvora. Olía a pólvora y a desesperación, a brasa y azufre. Su mascara era la rigidez y el descaro. Su seguridad asustaba y su frialdad quemaba. Azazel era alabado porque le temían. Su poder se encontraba en el miedo y la gente se alejaba de él por instinto. Y Azazel disfrutaba viendo a la gente huir. Había una sola cosa con la que Azazel disfrutaba más que del terror, una sola. Y eso, desde luego, era su aclamadísimo número de hombre bala.
Azazel en lo más hondo era pura contradicción, y Amy lo sabía. Uy si lo sabía. El problema en toda esta historia se debía a que Amy sentía debilidad por las causas perdidas, y Azazel era de todo menos un puerto seguro.

1 comentario:

  1. A mi también me encantan las causas perdidas, aunque siempre acaban provocando problemas.
    Un beso enorme :)

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