Todo lo que Amy sabía de Azazel es que tenía nombre de demonio y que la volvía completamente loca. Ah, y que su alma de pólvora, azufre y malentendidos necesitaba cobrarse un alma pura de vez en cuando. Tener a Azazel cerca era un peligro, y la mujer barbuda lo sabía, pero no podía evitar sentirse atraída por él.
-Amy, no puedes acercarte a mí.
-Claro que puedo, mira como lo hago.
Azazel por su parte no sabía que pensar de Amy. Olía tanto a... problemas. Sí, eso era, apestaba a problemas. Debería robarle ese alma paliducha que tenía y librarse de los problemas.
El instinto le decía a Amy que se alejara de Azazel, o se comería su alma como si fuese un croisant relleno de chocolate. Para chuparse los dedos. ¿Pero qué hacen los problemas sin malentendidos?
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