La creencia popular decía que las pelirrojas atraían a la mala suerte. En la edad media se las consideraba brujas, y en la actualidad, provocan escalofríos a los supersticiosos. Chiara tenía el pelo rojo llameante. Sí, su pelo, al ondear en el viento, parecía el reflejo de las mismísimas llamas del infierno.
Su tez pálida le daba un aspecto de vampiro, y pronunciaba más aún el color de su melena. Sus ojos eran como dos oscuros pozos sin fondo, sin luz. La vida los había sumido en la oscuridad. Todavía era pequeña, el desarrollo de su cuerpo no había hecho nada más que empezar, porque Chiara tan solo tenía nueve años.
Las calles oscuras eran su casa. Los suburbios de la ciudad eran su único amor. Su apariencia de niña buena y desdichada, demasiado afectada por los prejuicios que provocaban su pelo rojo, eran su mejor arma. Dos canicas negras que llevaba en el bolsillo, sus mejores amigas, y su media sonrisa de superioridad, su mejor máscara.
Chiara no seguía un rumbo fijo, ella iba hacia donde la llevara su podrido corazón, siempre en las calles más oscuras de Madrid. Y en su viaje hasta la muerte, conoció a personajes de lo más variopintos. El momento en el que empezó a regalarles pedacitos de su alma, nunca se sabrá. Y si ellos fueron su salvación o su perdición, es un tema que genera controversia. Lo que si podemos asegurar sin temor a errar, es que cambiaron su vida.