Y ella caminaba hacia él por ese estrecho camino, como si de el corredor de la muerte se tratara. Sus manos, sus piernas, sus labios, hasta su estómago temblaban. Él, el Caronte de su historia que podía llevarla al infierno o dejarla vagar como alma en pena para toda la eternidad, todo dependía del precio dispuesto a pagar. Los bolsillos llenos de sueños rotos e ilusiones decoloradas. Tenía que llegar al inframundo fuera como fuese, pues de otro modo, no volverían a estar juntos nunca más.
Y es que el cielo les pillaba muy lejos. Lo suyo era demasiado peligroso, un amor de esos prohíbidos que matan de celos a los Dioses.
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