Una tarde cualquiera.

-Oh, Funky, te has vuelto a comer todas las galletas de café.- Phoebe suspiró.- No sé que voy a hacer contigo, de verdad que no lo sé.
Funky le miraba desde la otra punta de la cocina, con sus grandes ojos abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja. El mechón de pelo rebelde que tenía en la frente se reía de Phoebe. Si le hubiesen puesto unos platillos en las manos parecería un juguete, pero Funky nunca podría comportarse como un juguete. Funky, como su dueña, era una casualidad, y las casualidades lo único que saben hacer es ir por ahí enredando vidas ajenas.

-Rulo, mi mono se ha comido todas tus galletas...

Películas americanas, de las que le gustan a América.

El otoño había llegado con fuerza, y los árboles iban dejando caer sus hojas doradas y marrones, como todo en esa estación. Los semáforos cambiaron de color y América cruzo la calle hacia su cafetería preferida, como todos los lunes. Entró y pidió lo de siempre y un pedazo de esa deliciosa tarta de manzana que había visto en el mostrador. Encendió el portátil y puso en marcha la película que estaba viendo antes de salir, 500 días juntos. 
-Al final se enamoran, siento chafarte el final de la película,- Eric estaba justo detrás de América con el café y la tarta- pero son todas iguales.
América sonrió con esa sonrisa tan suya, como si no estuviese en esta dimensión.
-Te equivocas, no se enamoran. -Volvió a la realidad con un parpadeo y sus ojos grises dejaron a Eric sin aliento durante una eterna décima de segundo. - Pero que se enamoraran no sería un final tan absurdo como piensas. En la realidad pasa.
Querido Yago,
No se como decirte esto, pero mi mafia te busca. He itentado cargar a otro con el muerto, pero te tienen cogido por los huevos. No me arrepiento de haberte delatado. Te lo merecías. Pero ahora te necesito, asi que no te hagas el valiente y haz lo que te digo.
Vete del país. Huye lo más rápido que puedas o muere en el intento. Ten por seguro que volveremos a vernos si sales de esta. Si no lo haces, iré a buscarte al infierno. Por quererte me perdí a mi misma, así que hasta que no me ayudes a encontrarme de nuevo no dejaré que descanses en paz.
Te deseo una vida larga y dura.
Con amor, la que no se encuentra.

Azufre y chocolate.

Todo lo que Amy sabía de Azazel es que tenía nombre de demonio y que la volvía completamente loca. Ah, y que su alma de pólvora, azufre y malentendidos necesitaba cobrarse un alma pura de vez en cuando. Tener a Azazel cerca era un peligro, y la mujer barbuda lo sabía, pero no podía evitar sentirse atraída por él.
-Amy, no puedes acercarte a mí.
-Claro que puedo, mira como lo hago.
Azazel por su parte no sabía que pensar de Amy. Olía tanto a... problemas. Sí, eso era, apestaba a problemas. Debería robarle ese alma paliducha que tenía y librarse de los problemas.

El instinto le decía a Amy que se alejara de Azazel, o se comería su alma como si fuese un croisant relleno de chocolate. Para chuparse los dedos. ¿Pero qué hacen los problemas sin malentendidos?

Casualidades frustradas.

Rulo, El músico frustrado.
Canta canciones de música reggae, cree que entiende el idioma de los dioses, lleva una bota llena de aguardiente colgada del hombro. Cena café y llena bolsillos de sueños. Ah, y también tiene la sonrisa más pícara que Phoebe pudo imaginar nunca. Era el solo de guitarra que querías escuchar, pero también el cubata sin hielo que subía rápido a la cabeza.

Phoebe era una casualidad.
Nació por casualidad (A su madre la dijeron que el embarazo era psicológico) Se cruzó con Rulo por casualidad, le gustaban las rastas por casualidad. Que su color favorito fuese el rojo también fue una casualidad. Se había declarado en guerra con el mundo por casualidad, y acabó componiendo canciones por casualidad. Phoebe era un cúmulo de casualidades bien pegadas.

Amy creía en Azazel.

Azazel olía a pólvora. Olía a pólvora y a desesperación, a brasa y azufre. Su mascara era la rigidez y el descaro. Su seguridad asustaba y su frialdad quemaba. Azazel era alabado porque le temían. Su poder se encontraba en el miedo y la gente se alejaba de él por instinto. Y Azazel disfrutaba viendo a la gente huir. Había una sola cosa con la que Azazel disfrutaba más que del terror, una sola. Y eso, desde luego, era su aclamadísimo número de hombre bala.
Azazel en lo más hondo era pura contradicción, y Amy lo sabía. Uy si lo sabía. El problema en toda esta historia se debía a que Amy sentía debilidad por las causas perdidas, y Azazel era de todo menos un puerto seguro.

América tiene nombre de continente.

América entró en su cafetería favorita huyendo del frío viento de septiembre. Con las mejillas coloradas, se sentó en la mesa de siempre, habló con el camarero de siempre y pidió el capuchino de siempre.
Pero no os vayáis a pensar que América era una chica normal y corriente. Que va, estarías cometiendo la mayor de las estupideces. América era la chica de los lunes, la pelirroja de los ojos claros, la artista, e incluso, la chica de los grandes proyectos.
América estaba destinada a hacer grandes cosas.