Querer hasta arder.


     Yo no creía en las brujas. Brujas de las de abracadabra al menos. He de admitir que mi madrastra era una bruja de mucho cuidado, con verrugas y todo, pero de ahí a ser una bruja de las de verdad, de las que hacen brujería... Yo no creía en esas brujas. Claro que no. ¡Sandeces! Decía cada vez que alguien sacaba el tema. Entonces la conocí a ella, y ella murió en la hoguera. Pero disfrutó. Ya lo creo que disfrutó. Cada segundo sintiendo la mordedura de las llamas en su piel pálida, siendo el centro de atención, su pelo rojo reluciendo más que nunca, aterradoramente bella… su quema se colocó en lo alto de su lista de grandes momentos vividos. Había deseado morir así. ‘’Los finales trágicos son inolvidables’’ decía siempre. Y la creo. Claro que la creo. ¿Cómo olvidar su sonrisa desafiante y las flechas que tenía por miradas? Hasta en el último momento. Soberbio, como todo en ella.

     Pero las brujas no mueren, no pueden hacerlo.  (Me lo contó mientras sobrevolábamos París en su triciclo mágico). Quizás sea esa la razón por la que se me aparece en sueños cada noche.

     Me llamo Ezra Chifflot y no, no estoy loco.


Aprovecho mis juegos peligrosos para rescatar esta entrada del baúl de los recuerdos.
Disfrutadla!

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