El cielo se volvía gris por momentos, y Maira se colocó bien los cuellos del abrigo. El frío empezaba a notarse y el viento arrastraba hojas secas. La lluvia haría más fácil su trabajo, pero el tiempo frío era una verdadera pesadilla.
Al final de la oscura calle, iluminado por luces de neón, se encontraba el burdel. Su viaje finalizaba allí.
-Soy Maira- anunció al telefonillo.
La puerta se abrió para dejar pasar a esa joven, de curvas increíbles y provocadoras.
-Está en la sala de agua- le informaron. –Llegas tarde.
Maira se quitó el abrigo y dejó al descubierto un vestido rojo imposible de pasar desapercibido con un escote de vértigo. Con los tacones en la mano, para evitar hacer ruido, se dirigió por un largo pasillo hasta la habitación del agua, evitando pasar por la sala común, donde descansaban todas esas mujeres que en horas bajas hacían compañía a los hombres.
La puerta estaba entreabierta. Parecía que ya habían avisado de su llegada.
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