Otra copa, por favor

Dong. Una campana solitaria suena a lo lejos. La música sale a la calle desde la entrada de los garitos. Gente que sale de fiesta y gente que lleva ya un rato en los locales con alguna que otra copa de más.

Ajena a la diversión y al ambiente nocturno, América pedía su quinto whiskey con hielo. Lágrimas resbalaban por sus mejillas, motivadas por el exceso de alcohol, declarando fallido el intento de ahogar las penas. Al mirarla los de alrededor sentían un nudo en el estómago y una garra helada que les oprimía el corazón. El rostro de América era demasiado triste, pero con una belleza terrorífica y extravagante, como salido de una película de Tim Burton.

Ya ni siquiera los borrachos pedantes eran capaces de acercarse a ella. Se sentían intimidados a su lado. Y mientras, América lloraba. Lloraba y bebía. Bebía y lloraba. Y no paraba. Copa tras copa, lágrima tras lágrima.

Si aquella iba a ser su última noche, si su vida iba a dar un giro inesperadamente esperado, quería que el fin del mundo la pillara bailando, y con más alcohol que sangre en las venas. Y si para ello tenía que beberse hasta el agua de los floreros, adelante.

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