No la conocí hasta el día en que murió.
Lo que, pensándolo bien, es bastante contraproducente. Moriste, y luego yo tuve la desfachatez de conocerte. De entenderte, en el sentido literal de la palabra. Fue justo cuando entré en tu casa y te encontré derrumbada en el suelo con un agujero de bala que te atravesaba la frente, cuando lo comprendí todo.
Pero no solo eso, también fue por culpa de lo que me ocurrió después. Tenías razón con eso de no dejarte conocer, ¿sabes? Creen que me has contado el Gran Secreto, eso que solo tú sabías y que te nublaba la mirada cuando hablábamos de un futuro mejor. No tienen ni idea. Y yo tampoco. Pero eso no les ha impedido dejar de buscarme.
Creí que tu casa sería un lugar seguro, solo porque era el sitio al que ibas cuando querías esconderte. Luego entendí que era entre mis brazos, que te hacían olvidar lo que había allí fuera. Todas las pesadillas, y todas las realidades.
¿Sabes por qué sé que no te conocía? Já, que pregunta. Pues verás, me encantaría decirte que ahora sé lo que significa ese tatuaje que llevabas en el cuello, y que lo he averiguado yo solito con la ayuda de los restos de tu apartamento. Y también sé de qué huías. Sobre todo eso.
Todo el mundo huye de algo, ¿sabes? Aunque algunos no lo sepan. Yo huyo del vacío que me has dejado, de las incógnitas que me piden que resuelva, y sobre todo, de la culpa por no haber sido capaz de conocerte antes.
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