Eme era una de esas personas que no quería ser adulta,
ni responsable, ni una romántica empedernida.
Pero lo era.
Y no os imagináis la rabia que le daba eso.
Qué queréis que os diga, Eme no tenía remedio. Cuando se le metía una idea en la cabeza no había ni mortal ni deidad que la sacara de ahí. No tenía derecho a ir por el mundo intentando arreglarlo, pero lo hacía.
Y qué.
Pues eso, que Eme no tiene puto remedio.
Es una maldita romántica que cree en lo bueno de todas las personas, en las quintas oportunidades y en que la gente cambia. Já.
Me río de la buena de Eme.
Creía que los días de lluvia eran más bonitos si tenía una taza de café bien caliente, que los gatos negros no daban mala suerte y que yo no me burlaba de su nombre en su cara. Eme, por favor, si tienes nombre de letra. También creía que podía arreglarme. A mí.
Ingenua.
Sonaste tan magníficamente patética cuando me pediste que me quedara contigo, cuando me dijiste que podías ayudarme... Había roto tu corazón en mil pedazos y aún así querías tener a una persona tan jodidamente cruel como yo a tu lado. Creías que podías cambiarme. No sabías que yo era así porque me negaba a querer a nadie lo suficiente como para preocuparme por ellos. Que no quería querer ni que me quisieran.
Y tu me querias, Eme.
Joder, me querías.
Probablemente más de lo que nadie me ha querido nunca. Probablemente lo sigas haciendo a pesar de todo lo que te he hecho esperando que me odiaras. Maldita seas, Eme.
Vale, sí, Eme, eres muchas cosas, incluso algunas que todavía no he decidido si me gustan.
Pero sobre todo, eres una obra de arte.
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