Ese sentimiento de impotencia fue creciendo y haciéndose más grande en su vientre, el calor del tequila la abrasaba la gargata, el pecho la dolía y las lágrimas ya no asomaban por sus ojos completamente rojos. Pero aún sentía, claro que sentía. Siempre fue una loca por sentir demasiado.
En ese momento, el cielo comprendió su angustia y no pudo hacer otra cosa que echarse a llorar.
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