No me hagas esperar.

Querido Yago,
Hoy la habitación se ha llenado de fantasmas. He vuelto a recordar como era cuando estabas aquí y me he dado cuenta de que estoy mucho mejor así. En invierno me sobran las mantas que tú me quitabas, los domingos ya no son astrománticos, y vuelvo a tener clara la línea que separa el bien del mal. Todo vuelve a ser como debe ser, las cosas no están patas arriba. Todo sería perfecto para alguien tan amante de la rutina como yo si no fuese por un pequeño detalle. No me encuentro a mi misma, Yago. Así que haz el favor de contestar de una maldita vez, o mejor, de mover tu jodido culo fuera de tu celda, que todavía tienes una deuda que saldar. Tú me perdiste, tu me encontrarás.

Estúpido ser.

-Amy, ¿no vas a perder la esperanza nunca? O la alegría o las fuerzas para seguir intentándolo. Me pones de los nervios.
-Claro que no, Azazel, ya queda menos para que caigas bajo mi hechizo.- dijo la chica acariciándose su barba ya de dos decenas de centímetros.- Me adoras y cada día te cuesta más disimularlo.
-Amy, no te confundas. Recoge tu dignidad y no vuelvas a perderla. Yo nunca saldré contigo. No me gustas, apestas a problemas. Intentando seducirme sólo haces el ridículo.
    Amy se rió con su preciosa risa mientras veía a Azazel alejarse de ella. - Te recuerdo, corazón, que somos artistas de circo. ¿Quién mejor que nosotros para hacer el ridículo?


-Ah, y la esperanza es lo último que se pierde, estúpido demonio exiliado.

Los ángeles también lloran.

Eric volvía tarde del trabajo el jueves por la noche. Era noche cerrada, siempre lo era a esas horas todos los otoños. Solo los lunes brillaban un poco más, vete tu a saber por qué.
Entonces, al pasar la última esquina de la penúltima calle, la vio. Se frotó los ojos asegurándose de que no era un espejismo. Sentada en un banco, con la cabeza entre las manos, estaba la pelirroja de los lunes. Su cuerpo se movía de arriba abajo de forma casi imperceptible. Un sollozo escapó de sus labios.
Eric, abrumado por la sobrecogedora escena, no se atrevió a dar ni un solo paso más. ¿Quién no siente un nudo en el estómago al ver llorar a un ángel? Semiescondido en la oscuridad, se dedicó a observarla,  como tantas otras veces, deseando ser lo bastante bueno como para atreverse a impresionarla.
Dos horas más tarde, ella se marchó, y Eric continuó su camino arrastrando los pies.

Puede que vuelva por Navidad.

-Phoebe...
-No, no digas nada. Lo estás haciendo todo muy difícil.
-Pero yo no quiero que te vayas...
-No, no, no, no deberías haber dicho eso. No lo sientes, ya no somos los mismos. Ya no vienes a comprobar si hay monstruos debajo de mi cama, ni pones los ojos en blanco cuando Funky se come tus galletas.
-Pero...
-No, eso no es lo peor, Rulo. Has dejado de creer en las casualidades, has dejado de creer en mí.
-No, Phoebe...
Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de Phoebe, que se las limpió con el dorso de la mano a la vez que cerraba la puerta.
-Yo... Yo te quiero, Phoebe.


¿Y si te dedico una canción?

Aullidos incoherentes.

Su rostro normalmente impasible comenzó a transformarse por ese súbito ataque de rabia. Estampó los jarrones contra el suelo, las sillas se hicieron astillas al chocar contra la pared. Sus manos se cubrieron de sangre después de dar un puñetazo a la ventana y hacerla añicos. Un grito desgarró su garganta a la vez que se tiraba de los pelos. Se volvía loco por momentos. Gritó, gritó y gritó hasta quedarse sin voz. Fue entonces cuando, acabado, se sentó contra la pared y lloró. Lloró como nunca antes lo había hecho. Lloró por lo que había perdido y por lo que nunca tuvo. Lloró hasta caer rendido en un sueño tan profundo como reparador.